Estudiamos para aprender lo que haremos en la vida.
¡Qué dichosos somos estudiando, aprendiendo y haciendo!
¡Qué dichosos somos estudiando, aprendiendo y haciendo!
Seguramente hay respuestas diferentes a la pregunta, porque los intereses de cada quien son personales y muy específicos.
Si yo buscara una respuesta aceptada por un buen número de ustedes, me atrevería a decirles que:
¿Cuál médico no quiere siempre salvar a sus pacientes?
¿Qué arquitecto e ingeniero no sueñan con construir el más bello y funcional edificio?
Hacer las cosas bien creo que es el motor que mueve a cada individuo y por consiguiente a la humanidad. Por eso todas las sociedades y en todos los tiempos han desarrollado, aceptado y respetado el concepto de dios, porque se le considera el creador supremo y perfecto.
El éxito solo se alcanza con no menos de un 90% de esfuerzo y sacrificio personal. El resto es el aporte de nuestros ancestros, del entorno, del país y del patrimonio global de la humanidad.
Tanto usted como yo, estamos en capacidad de llegar a hacer buenas cosas, pero tenemos antes que aprender a hacerlas bien y esa es la principal razón por la que estudiamos todos los días.
La familia, la comunidad y el país están colaborando para que provechemos los seis años de la escuela y los cinco del colegio de la mejor manera, para que lleguemos a ser mejores ciudadanos y para que continuemos y definamos, con un poquito más de aprendizaje especializado, lo que vamos a hacer en el futuro cercano.
Debemos aprovechar toda oportunidad para aprender, es la principal y a veces única responsabilidad de los estudiantes de todas las edades.
Aprenden a tocar instrumentos musicales, entrenan para ser buenos deportistas, participan en la elaboración del periódico estudiantil, en clubes de arte, aprenden idiomas extranjeros, computación, hacen servicio comunal, y todo eso manteniendo buenas calificaciones -nada de notas en rojo-, buenos y sobresalientes en todas las asignaturas.
También observé que se miraba muy poca televisión y se leía mucho.
Comprobé además como los mayorcitos, hijos de pobres y de ricos por igual, realizaban algún tipo de actividad remunerada, buscada por ellos mismos para realizar en su tiempo libre, como dar tutorías a sus compañeros, entregar periódicos, colaboran en oficinas, tiendas o supermercados y ayudar a ancianos, aunque sea una o dos horas por semana, sin interferir en lo más mínimo con sus obligaciones escolares.
Esto los pone en contacto con la realidad que vive su comunidad y no sueñan con la fantasía utópica de que papá, mamá y el gobierno deben darles todo. También les enseña el valor del trabajo y del esfuerzo que debe hacerse para lograr metas, por simples que sean.
Esto los pone en contacto con la realidad que vive su comunidad y no sueñan con la fantasía utópica de que papá, mamá y el gobierno deben darles todo. También les enseña el valor del trabajo y del esfuerzo que debe hacerse para lograr metas, por simples que sean.
No parece lógico entonces, que en Costa Rica, un país con más necesidad de buenos aportes de sus ciudadanos, concluyamos con un bachillerato y lo único que sepamos hacer es, medio tener la capacidad para seguir estudiando, en un sistema de enseñanza superior que parece cada vez más bajar sus estándares y calidad.
En once años de nuestra vida podemos lograr cosas extraordinarias, si los aprovechamos para alcanzar un aprendizaje amplio y de buena calidad.
Por favor, no los desperdiciemos, porque nosotros mismos, nuestra familia y el país, necesita de ese aporte tan pronto tengamos la capacidad requerida para hacer bien las cosas.
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